
Todo por esa sonrisa
I
En mi vida he conocido a muchos Erick. Muchas son las formas ortográficas que distinguen a los signados con esa denominación. Hay quien escribe ese nombre de una manera diametralmente opuesta a la otra. En ocasiones hasta con hache inicial como para sellar un rasgo distintivo entre los demás de sus clase. Físicamente tampoco son muchos los rasgos identitarios que me los pueden asemejar. De modo que cuando menciono ese nombre, me acuden a la mente imágenes diversas, como fundidas en un calidoscopio. Porque sus presencias a través de los años me han hecho reverdecer, en ocasiones, o fenecer, en otras, las características que ponen el sello distintivo de cada una de esas personas, en mi masa cerebral. Generalmente son conciudadanos míos, lo cual no quita que en mi lista especial se cuele algún que otro individuo de allende los mares. Durante los lejanos años de mi infancia cierto personaje con esta denominación había cautivado mis atenciones de modo que cuando alguien mencionaba este nombre era quien acudía inmediatamente a mi imaginación. Era Erik, un viejo vikingo, de carácter recio, como los robles; indomable como las palmeras que crecen en las sabanas de mi Cuba querida; valiente como un héroe homérico, o como los legendarios adalides que desfilan por las diferentes páginas de las sagradas escrituras. Había sido el protagonista de una película de acción que se estuvo proyectando en las inmensas pantallas de los cines de mi ciudad natal durante mucho tiempo. Está de más decir que este personaje se convirtió en el modelo de persona a quien yo hubiera querido parecerme, y muchas de las acciones que yo realizara movido por mis pasiones infante/adolescentes traían como inspiración su imagen. Fue pues este Erick el personaje con quien más se relacionaban mis recuerdos. Y casi recién ahora me percato de que hasta los años de mi actual madurez personal, aun se éste se mueve en mis recuerdos, ora con contornos difusos, ora precisos, nunca confusos, porque caló hondo en mi memoria. Sin embargo esta imagen paradigmática para mi yo contextual dio paso a otra que se podría mover en los extremos opuestos de la configuración facial, que es en resumidas cuentas lo que más nos queda, en el momento en que convocamos al recuerdo la presencia de alguien en particular: era ésta la de un niño de los que abraza nuestra Organización Evangélica Internacional para el Desarrollo Integral de Haití (OEIDIH). En sus facciones no había ningún elemento que pudiera sembrarse en el recuerdo, porque diríase que sus rasgos eran de forma plana, si de algún modo pudieran estos definirse. Sin embargo siempre me llamó la atención este chicuelo, porque no se parecía en nada a sus homónimos y al mismo tiempo me los recordaba terriblemente. Lo contradictorio del caso radica en el hecho de que había tal volumen de diferencias entre éste y los demás que uno se asombraba de forma terrible también desde el primer golpe de mirada. Su mirada era seca, adusta, huraña como alguien que hubiera habitado en las “cumbres borrascosas” y por alguna razón ahora se empeñaba en martirizar a las personas con el influjo de una mirada penetrante que te puede penetrar hasta los huesos… Por alguna razón las personas que se encargan de “administrar” la alegría, hicieren lo que hicieran jamás habían logrado que nos regalara una sonrisa como prueba de su reconocimiento a nuestra labor, que a mí se me antoja titánica… hicieren lo que hicieran, su semblante permanecería imbatible, o peor todavía, inmutable. Por eso siempre constituía enigma el hecho de que no pudiéramos arrancarle una sonrisa a este desdichado ser enigmático que sábado tras sábado acudía a nuestros locales a recibir la bendición del amor que les proponíamos puntualmente. Y pudiera parecer un contrasentido, pero era este de los niños que nunca faltaban a la convocatoria sabática de nuestra organización. De modo que para mis adentros yo me decía: “Caramba, que pasa con él, porque nos necesita; si viene a nosotros es porque le hacemos falta. Luego, ¿dónde está el detalle que nos impide hacerle ver los colores de la vida con la misma intensidad con que la ven sus congéneres? No sé si he dicho que entre las actividades que desarrollamos se encuentran las de la recreación, con acciones precisamente dirigidas a hacer reír a quienes sufrieron la más triste sanción que pude imponer la vida: la orfandad ¿Quién a esa edad tendría alegría permanente en el rostro, después de haber perdido a sus padres y quedar solo, a la deriva, en la barcaza frágil que deambula por inciertos parajes? De modo que el momento de la recreación se convertía en un instante especial para nosotros. Por eso poníamos nuestro empeño en todos los niños, para que después de recibir sus enseñanzas bíblicas, sus actividades educacionales y deportivas, su atención gastronómica, su peritaje y tratamiento médico, ahora dieran rienda suelta a sus emociones, a su imaginación, en fin, a ese potro salvaje que nos cabalga dentro cuando a esa edad nos ponen diluidos entre una multitud de nuestros coetáneos a liberar energías a todo tren, como si fuera este el último día de nuestras vidas. Y el resultado de nuestras acciones era ostensible, visible, plausible, porque al final de cada jornada usted solía verlos con un nivel de realización tan visible, que el corazón querría reventarle las costillas y salir disparado hacia fuera, de tanto gozo; pero con él resultaba desesperanzador, si de algún modo pudiésemos catalogar con tristeza un resultado inesperado, frente a alguien a quien se le han escapado del alma todas las golondrinas y han volado hacia el país de las alegrías y los merengues, y los caramelos, y las risotadas a coro, y el placer servido en grandes proporciones, como para que no quede alguien con deseos de pedir se le repita una doble ración a su espíritu emprendedor. Todos los niños en esos momentos de recreación cantaban, aplaudían hasta el delirio las actuaciones de sus propios compañeros, artistas improvisados, de los que, eso sí, dan la vida con tal de recibir el beneplácito de una sonrisa o el premio de una carcajada. De hito en hito yo solía mirar hacia el rinconcito donde siempre se sentaba mi personajillo, con una pregunta colgando de mi intelecto de viejo educador: “¿Por qué Erick no sonríe como los demás?” En resumidas cuentas, como los demás, perdió a sus padres, y los otros sonríen. (Aunque usted no me lo crea estos huerfanitos en ocasiones tienen destellos de alegría delirante frente a cualquier hecho de la vida. Mas de pronto la sonrisa o la carcajada se les congela y se transforma en una máscara de cera. Algún fantasma por sus adentros acaba de estropearles el montón de estrellas que rutilaba en sus sueños. En ocasiones como éstas la mirada se les torna enigmática, y desde el fondo de sus tiernas almas sale un profundo suspiro, como el de un anciano que ha dado más de mil vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño, en si quinta hora de vigilia nocturnal… Tanto han sufrido a estas alturas que comparten precozmente esa manifestación de angustiosa situación, con las personas adultas. Y usted daría la mitad de su vida con tal de poderles borrar, de un “gomazo”, la causa que les ha generado tal carga de angustias. Pero la vida tiene ese particular. Los hechos son irreversibles. En un buen porcentaje nunca las historias tienen el final de los cuentos de hadas y de duendes… “duendes, duendes” ¡ay! Quién fuera capaz de atravesar distancias en busca de un duendecillo que pudiera hacer lo que a usted en este instante le está vedado: darle un poco de brillo a una mirada que se ha escapado de un rostro y vaga por no sé qué parajes… Sin embargo al final de todas sus incursiones por el intrincado laberinto de los sentimientos, después de todos los escapes de emociones, como casi todos los niños, no podían resistirse ante el influjo del amor brindado a manos llenas. Volvía, como vuelve después de un día de borrascosa tormenta, el sol con sus rayos de oro a celebrar tal acontecimiento. Al final de cada evento siempre se recibía de cualquier modo el premio del reconocimiento. El rostro de Erik tenía otra connotación. Era como si se hubiera concentrado en sí mismo; como si las cosas que se hacían delante de él, pertenecieran a otra dimensión y no estuviera enterado de los acontecimientos. Nunca le vimos una sonrisa. Su rostro tenía la misma expresión, como si la hubieran estampado en la cara con un enorme cuño esa mueca que sabe a rancio en los corazones o produce nauseas en al paladar de las almas… ¡Ay, Erick, chiquillo mío, cuanto daría porque un día mostraras en una sonrisa, la misma alegría que mostraba aquel vikingo cada vez que lograba una conquista! Eso, sin embargo para nosotros venia resultando una quimera. Y ya casi se tenía como algo normal el que su seriedad de rostro ceñudo y mirada adusta hiciera que despilfarrásemos el alma en busca de una de una expresión de alegría fugada a no sé qué sitio intergaláctico… Después, cuando me contaron su historia, que es única (Aquí ninguna se repite en esta gama y amalgama de infortunios) comprendí cuanta carga gravitaba sobre su pequeño corazón de gorrión solitario entre una muchedumbre de pajarillos gorjeando y piando hasta la locura…
II
Aquella tarde la señora Vanesa se había apurado bastante a fin de tener listas todas las cosas de la casa. Una merienda era todo lo que prepararía esa tarde, porque su esposo Louis la había impartido la orden de que debía haber terminado antes de las cinco: esa tarde irían de visita a casa de unos parientes, porque habían sido invitados a un ágape familiar y allí comerían. La sobrina de Louis, prima de Erick cumplía esa tarde sus quince primaveras. A ella nunca le habían celebrado una fiesta de cumpleaños. En la familia no había muchos precedentes de estas fiestas debido a las limitaciones de las economías, pero a Fania, que así se llama la agasajada, otro tío, residente en los Estados Unidos le mandó el dinero para que pudiera realizar estudios superiores. Esa es la razón por la cual habían decidido amontonar de sus miserias “una fortuna” para darle a la niña un placer que no se ve de forma muy reiterada entre las personas que comparten el mismo rango social de esta familia portoprincipeña, y ello constituía al mismo tiempo una forma de festejar tal regalo familiar. A Erick le compraron zapatos y ropa nuevos; así que ardía en deseos de ponérselos de estreno, cosa que no se le había permitido, porque rompería el encanto de deslumbrar a otros con lo que con tanto amor se le había adquirido. Así que como cualquier niño de su edad, sentía deseos irresistibles de ponerse todo su atavío, a fin de deslumbrar a sus coetáneos. Muchas veces a escondidas llegó a ponérselos, a riesgo de que, de ser sorprendido, recibiera una recia reprimenda. Porque el carácter del viejo, pese a su jovialidad y cariño, en ocasiones llegaba a “punto de fermentación”, al decir de cualquier buen cubano. En instantes como esos, bien hubiera valido la pena no haber estado por todos esos contornos. ¡Ahora, al fin, Erick se pondría su atuendo nuevo! “Verán los muchachos de mi aula que yo también tengo ropa nueva ¡Ja, ja, ja, que divertido va a ser!” Por eso canturreaba una y otra melodía, mientras se derramaba media ducha y se gastaba un jabón en la espalda… Un instante fue suficiente para que todo dejara de ser como hasta entonces. La casa se estremeció dos veces, con ruidos venidos desde el centro de la tierra, como si un enorme dragón estuviera pugnando por salir a la superficie. Al muchacho eso le produjo mucho miedo, porque pensó que precisamente era eso lo que ocurría, que uno de los personajes de los cuentos se había metido en la realidad de su mundo. Por un instante se le paralizó el corazón y se le congeló la sangre en las venas. Algo inusual, fuera de lo común está pasando. Y su mente infantil le está proporcionando abundantes datos que corroboraran tal presagio. Erick con la cara enjabonada es ese instante sale disparado, pero al momento pierde el equilibrio y cae de bruces. Todo desparece de su campo visual, entre una inmensa nube de polvo. Solo eso es suficiente para sacarlo del mundo en que hasta ahora se encuentra. Cuando logra recuperar el estado de conciencia, siente gritos desgarradores afuera. Un frio intenso le contrae el vientre y todos sus órganos vitales. El cuerpo no le obedece, nada la funciona… El pánico le crece. La angustia da paso la incertidumbre; y esta, a la nada… Pudo ver que su casa se había desplomado. ¡Se encontraba bajo los escombros! Por fortuna las columnas que soportaban la ducha habían permitido que hubiera conservado la vida en el sitio en que se encontraba… A rastras comenzó a avanzar bajo lo que se le había antojado de repente, un infierno… La casa entera se había desplomado sobre ellos… “…sobre nosotros, nosotros…” Y entonces se arrastró con mayor desesperación, en busca de su madre, que había dejado en la cocina… “Mamita…”˗ sus gritos eran desgarradores, pero nadie le respondía, mientras que afuera todo era un corre˗ corre de hormigas locas. Sentía los gritos desgarradores de las personas allá afuera. Pero él permanecía atrapado, desesperadamente atrapado. No hace falta describir la angustia que se le apoderó del alma, porque nadie podría ponerle a esta situación los matices con que la realidad de la vida la sepulta los sueños de golpe. Así que se fue arrastrando hasta llegar el sitio done había dejado a su madre. En el lugar distinguió un enorme charco de sangre. Allí estaba su madre, o lo que pudo ver de ella, porque la mayor parte del cuerpo estaba del otro lado de una enorme masa de placa de cemento que se le había desplomado encima después de haberse fragmentado en dos… Al niño se le vino el mundo encima, sumergiéndose en el abismo de la inconciencia. Permaneció mucho tiempo así, hasta que alguien en su desesperación logró dar con él. Era el Tío Paul, quien había conservado la vida de puro milagro y ahora venía (a estas alturas habían transcurrido dos larguísimos días) con tres de sus hijos a perforar una parte de la pared, desde donde ya comenzaba a emanar un fuerte olor a carne descompuesta. No quería dejar a su madre, pero ya las circunstancias demandaban de otra acción más racional. “Por lo menos me queda papito y cuando regrese, juntos vamos a enterrar a la madre” ¡Pobre gorrioncillo! Qué lejos estaba de saber que su padre, albañil de oficio y único sustento de la casa había sido aplastado bajo un enorme andamio que él mismo había colocado a fin de resanar una pared.
III
Podría contarles mucho más de las peripecias sufridas por este diminuto ser a quien la vida le había jugado una mala pasada, mas siento que de nada serviría escarbar en estas heridas que aún le sangran al chicuelo, quien se encerró en un mutismo de niño autista. Hacía todo lo que le dijeren sin responder una sola palabra. Y cuando debía responder cualquier pregunta siempre lo hacía secamente, solo con monosílabos. Cuentan que en ocasiones se iba al sitio en que estuvo su casa y allí permanecía largas horas en una misma posición, como quien rinde un homenaje, sin que hubiera quien pudiera sustraerlo de sus pensamientos, y cuando regresaba a la casa del tío, que aunque agrietada, prodigiosamente había permanecido en pie, lo hacía con un rictus de dolor dibujado en el rostro. La angustia comenzó a hacérsele mayor al descubrir que comenzaba a ser una carga para sus familiares más allegados. Unas veces debía dormir con el vientre vacío; otras veces casi también. En medio de esto intuía que en algún momento sus primos (¡9 en total!) percibían algún que otro sustento, porque no daban las mismas señales de desesperación que daba a él, el hambre cuando fustiga hasta el cansancio. Pero a donde más podría ir… Así un buen día fue descubierto por uno de los colaboradores de nuestra organización. Y entre nosotros se encuentra…
IV
Un día hablé, en una de mis crónicas, cuando hacía mención al trabajo de la Fundación Nueva Generación Haití, que bajo la batuta de Jorge Nieves entró en nuestro recinto con una manojo de esperanzas, para con ello despertarle el duendecillo de la sonrisa a un niño de los que cohabitan con nosotros en la casa de niños desamparados ¡Era Erick! Recuerdo que en ese entonces prometí volver a hablar de él. Ha corrido mucha agua por los cauces de los ríos, pero he logrado hilvanar su historia para que vean que a veces alguien surca los mares en pos de un objetivo y de golpe se encuentra que ha rebasado todas las expectativas. Porque seguro estoy de que Jorge, Ángela, Barby, Juancho, Kenny, Lola, Gladis, el Dr. Ángel y Jessica, en fin los representantes de la fundación traerían a OEIDIH un carrusel de colores ¡Pero jamás imaginaron que serían portadores de un enorme arcoíris! Realizaron una inmensa gama de actividades en las que estuvo presente la creatividad que da a luz una originalidad nacida del amor por los niños sin amparo. Los pasajes bíblicos les eran presentados desde nuevos prismas, pero en ningún caso perdían su esencia teológica. Así que, bienvenidos al grupo, al cual yo seguía con especial predilección de viejo pedagogo jubilado, en cada una de sus presentaciones. Muchas y variadas eran las tareas que nos correspondía realizar. A mi particularmente me llenó de regocijo el haberles podido ejercer como traductor a una buena parte de sus actividades. Por eso podía ver de cerca el nivel de las emociones que cada día subía hasta los límites insospechados ¡a tal punto que habían hecho sonreír a Eric! No podía creerlo. Había nacido un milagro, como de la mañana nacen los rayos de luz, así el rostro de aquel chicuelo brilló por un instante. Solo por un instante… Después su semblante volvió a sepultarse en la sombra de su mutismo inveterado. Pero realicé un descubrimiento importante: no se le había secado el manantial de la alegría; que había que cavar a profundidad hasta encontrar ese preciado recurso emocional. La pauta que nos sembraron nuestros hermanos de Puerto Rico bajo la batuta del hermano Jorge Nieves en nuestras proyecciones sirvió para que nos empecináramos en encontrar ese cofrecito donde se esconden las emociones. Así que a partir de ese minuto pusimos especial atención en ese pequeñuelo con un único propósito, que le brotara una nueva sonrisa. De más está decir que logramos el milagro que por primera vez descubrieron las actuaciones de Juancho, Barby o los demás que se le presentaron al chico. La actuación de aquellos hermanos nos mostró que nunca se pierde todo el trasfondo de la sonrisa; que al alma aunque la agiten vendavales, le puede volver la tranquilidad; que después de la tempestad, viene siempre la calma; que nunca se debe perder la esperanza cuando se trata de devolver a un niño el brillo perdido en el vacío de una mirada clavada en lontananza, en el espacio sideral; que jamás debemos cerrar con llave el baúl de la ternura.
VI
Y en cada una de nuestras acciones nos desgastamos por conservar intacto ese estado emocional. Y lo damos todo por conservar el embrión de esa sonrisa.